Capital Federal (Agencia Paco Urondo, publicado en Revista Debate) No es lo mismo hacerla en Suecia que en Alemania, en Venezuela que en Perú, en Chile o en la Argentina. Hay que tomar en cuenta las fuerzas sociales realmente existentes en cada país, lo que incluye incorporar sus experiencias históricas y reencauzar algunas de las pasadas que exigen revisión. “Revisionismo” es justo la palabra que acuñaron los socialistas alemanes después de la muerte de Karl Marx, tras ver de cerca lo que les pasó a quienes con la ortodoxia intentaron la fracasada revolución alemana de 1918; o los que en la cercana Rusia tuvieron éxito en alcanzar el poder e hicieron un desastre. También los revisionistas socialdemócratas cometieron fallas graves, y algún crimen, como permitir que los “grupos de tareas” de militares licenciados tras la derrota en guerra asesinaran a la dirigente izquierdista Rosa Luxemburgo.
Señalo estas manchas para que no me vengan con la cantinela de que, si uno clasifica a un movimiento o gobierno como progresista (el aprismo peruano, con o sin Alan García, o el actual justicialismo en la Argentina, con o sin sus numerosas fallas), respondan: “¿Cómo, eso es progresismo o centro- izquierda?” Sí, lo es, al menos en el mismo grado en que el Papa Benedicto XVI es cristiano, a pesar del lujo en que vive y alguna que otra cosa que debe haber en el Vaticano.
Decidir que un determinado fenómeno político es “de centroizquierda” depende de la posición ideológica desde la cual se lo mira. Por supuesto que para un trotskista nada va a ser de izquierda, ni siquiera los comunistas revolucionarios. ¿Tony Blair era de izquierda? No sé, me disgustan sus actitudes, pero lo que sí sé es que el partido que él dirigía era la izquierda real de Gran Bretaña y no el diminuto Socialist Party of Great Britain (un amigo mío, buenísima persona pero patética, pertenecía a él). ¿Y Felipe González? Claro que lo incluyo, y bien agradecidos deben estar los españoles de que no aplicó al pie de la letra algunas de sus consignas más de izquierda (no entrar en la OTAN, por ejemplo). ¿Y Carlos Menem? Bueno, mejor no hablar de eso, pero, a pesar de todo, su partido (no él) era la izquierda real del país. ¿O es que los socialistas chilenos fueron mucho menos “neoliberales”, nos guste o no, o quizá sean todos traidores? ¿Y Roosevelt, aliado a los intendentes del Gran Nueva York y el Gran Chicago, y a los terroristas (de gobierno) de los estados del Sur? Sí, por supuesto que Roosevelt era progresista, él personalmente y su partido tomado en conjunto también ¿Y Kennedy? Sí, a pesar de sus actitudes respecto a Vietnam. Porque todo es relativo al país en que uno está.
Entonces, ¿quiere decir que cualquier cosa puede ser de izquierda, o de centroizquierda, o progresista, o como se lo quiera llamar? No, cualquier cosa no, pero hay que ubicarse dentro del panorama real de las fuerzas existentes, con sus raíces históricas y sus hábitos y subculturas, para ver cómo uno se ubica respecto de ellas, sobre cuáles basarse, con cuáles aliarse, a cuáles y hasta qué punto enfrentar.
Para consolidar un movimiento de centroizquierda hay que integrar factores diversos sobre la base de las mentalidades y subculturas realmente existentes, de las cuales emergen los partidos, movimientos y corrientes de opinión. Básicamente, en la Argentina, se necesitan cinco componentes:
p 1. El corpus principal es un peronismo renovado, pero sin expectativas fantasiosas y sin abjurar de sus tradiciones (lo que no impide criticarlas todo lo necesario). Esto implica perder algunas ramas del peronismo no renovado, sin pasarse de la raya, porque eso sería tirarse un tiro en los pies. Hay que actuar con prudencia pero con firmeza para poder incorporar a los otros componentes que hay que tener en cuenta para la tortilla y que enumero a continuación.
p 2. El sindicalismo pragmático principal, con todos sus defectos pero también sus luchas históricas, incluyendo sus estrategias, bien pensadas o no, sus ocasionales agachadas, o sus complejas tácticas, como cuando fueron a la inauguración de Juan Carlos Onganía. Hay que incorporarlos, aunque poniéndoles algunos límites, pues de lo contrario hay que olvidarse de los otros elementos de la tortilla.
p 3. El sindicalismo más radicalizado, tipo CTA, que a pesar de su mayor izquierdismo incorpora sectores de la clase media, como los empleados del Estado (la ATE) y los docentes de los diversos niveles educativos. Éstos no se quieren con los de la CGT, pero eso no va a impedir que, en algún momento, se encuentren. En Francia e Italia, durante la Guerra Fría, había tres centrales sindicales (con sus respectivos tres sindicatos en cada empresa): los comunistas, los socialistas y los democristianos. Se odiaban, se hacían zancadillas. Y ahora se han unido, tienen sus diferencias pero trabajan conjuntamente. Sí, ya sé que van a decir que en la Argentina nada de eso es posible, porque somos tan especiales, porque Hugo Moyano tal cosa, Lozano tal otra, nada de lo que ocurre en el mundo se aplica a nosotros. Bueno, veremos.
p 4. Los sectores más carenciados de la clase obrera, desocupados o semi, agrupados en entidades piqueteras (en realidad, ex piqueteras), que tienen sus propia forma de actuar, dedicados ahora a construir casas y hacer funcionar fábricas abandonadas por sus dueños. Sé que hay excepciones pero, en general, se han moderado muchísimo,
p 5. La clase media progresista, docentes, artistas, estudiantes, intelectuales, en su mayoría no peronistas, con un pasado algo gorila. Sobre el pasado de muchos peronistas prefiero no explayarme, así que no me corran con la vaina de desvalorizar a estos sectores de clase media que tienden hacia variantes de radicalismo, socialismo o liberalismo. No son perfectos, pero el camino del arrepentimiento está abierto también para ellos.
Combinar estos cinco elementos es la gran tarea que le espera a Cristina Kirchner y a todo el elenco del Gobierno. Para eso, han tenido que desembarazarse de un pesado lastre, el del menemismo y el de los duhaldistas puros o apenas reciclados y, también, de los clásicos Carlos Juárez, Ramón Saadi, Luis Barrionuevo y Juan Carlos Romero. Y, ahora, de los más potables pero ya fuera de la tortilla, los Carlos Reutemann, José Manuel De la Sota, Juan Schiaretti, Jorge Busti y algún otro. Ojo: nada impide que alguno de ellos retorne al redil, porque la política es así, pero hay límites, o sea, la reincorporación no va a ser fácil, si es que se da.
Con todas estas pérdidas, le va a ser difícil al oficialismo actual mantener el control del Congreso en las elecciones de 2009. En realidad, ya lo perdió por culpa de sus propios desgajamientos y no de los Julio Cobos o los radicales K. En 2009, va a ser difícil que la bancada oficialista supere el 35 por ciento en Diputados y un poco más en el Senado. Aunque para muchos eso va a ser un trago muy amargo, en el fondo sería bueno porque forzaría al Gobierno a recomponer sus alianzas, controlar a su propia tropa, poner en caja a sus exaltados, sin olvidarse de que algo se los necesita para entusiasmar a las bases, y porque son emergentes de nuestra realidad social, tan lastimada.
¿Cómo reemplazar a los elementos que se vayan perdiendo? Para seguir con el formato anterior, resumo la respuesta en varios puntos:
p 1. Entre los nuevos aliados hay que incorporar a algunos que puedan generar hostilidad entre los más antiguos. Hay que incluir, por ejemplo, a los propios radicales K (sobre todo gobernadores) y los restos de los transversales, que son bastante más numerosos de lo que se cree.
p2. Sociológicamente, el gran paso es incorporar a la clase media progresista, cuyo antiperonismo tiene sus motivos válidos, aunque es responsabilidad de ellos el superarlos (y del Gobierno ayudarlos a esa revisión, acompañándola de una propia autocrítica). No es aceptable, por ejemplo, que Néstor Kirchner se concentre en buscarle a los opositores sus raíces eventuales, reales o imaginarias, en los “comandos civiles” o los “grupos de tareas” del proceso, olvidándose de los José López Rega y acólitos bien conocidos, sin excluir el hecho de que por algo Perón lo tenía al “Brujo” como secretario privilegiado.
p 3. Sobre la base de esta incorporación de un nuevo arco social, hay que concentrarse en algunos sectores políticos, que van desde partidos hasta estructuras casi unipersonales. Entre estas últimas están las que tienen Luis Juez en Córdoba, Martín Sabbatella en Morón, y varios otros intendentes renovadores del Gran Buenos Aires (San Martín, Quilmes, etcétera), llegando hasta los disidentes del ARI, los Aníbal Ibarra y los Jorge Telerman, tan injustamente tratado éste en los últimos comicios. No sirve contarles las pulgas cuando uno no lo hace con los propios seguidores.
Entre los partidos no excluyo a un radicalismo conducido por Raúl Alfonsín, aunque algunos me dirán que eso es imposible por razones de resentimiento personal. Pero él, seguramente, recordará lo bien que se lo trataba en el primer par de años de la presidencia de Néstor Kirchner. Al fin y al cabo fue Don Raúl quien acuñó el concepto de transversalidad, hace ya bastantes años. Al que crea que todo esto es un delirio le recomiendo que estudie bien la historia italiana de los últimos cincuenta años.
También, por supuesto, están el Frepaso (un cascarón que puede rellenarse) y el Partido Socialista, sobre todo su gente en Santa Fe. Este partido es complicado, porque no es suficientemente personalista como para regimentarse detrás de un líder, lo que es bueno y malo a la vez. Éticamente, es bueno, pero, políticamente, no estoy tan seguro, más bien creo que no lo es. Sin embargo, en esto como en otras cosas hay grados. También los militantes y dirigentes de ese partido, con el tiempo, irán madurando. Y algo parecido, por qué no, puede ocurrir con el mismísimo Partido Comunista, que algún día se decidirá a seguir los pasos de sus homólogos en Brasil y en Europa, que al final se cambiaron de nombre y entraron en los más diversos tipos de coaliciones pragmáticas.
A fin de cuentas, hay un nuevo panorama político que implica una gran pluralización de estructuras. Éstas tienen que demostrar, primero, su capacidad de autonomía, agregando, luego, la predisposición a entrar en convergencias sin santiguarse cada vez que se cruza la calle para visitar a gente con la cual quizás haya habido en el pasado algunos encontronazos. Esto es lo que ocurre en una buena cantidad de países, empezando por varios de nuestros vecinos. Si Cristina asimila esas experiencias, adecuando a ellas su forma de conducir yo pronostico su reelección en 2011, esta vez sí, en segunda vuelta y con alguna ayuda de los amigos que haya sabido conquistar. (Agencia Paco Urondo)